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El ejercicio aeróbico moderado, como caminar a paso ligero, nadar o andar en bicicleta suave, mejora la circulación sanguínea en la región pélvica y reduce la inflamación sistémica. Esta actividad regular contribuye a disminuir el riesgo de hiperplasia prostática benigna y mejora el vaciado vesical. Solo 30 minutos diarios de caminata activa pueden marcar una diferencia en la salud de la próstata.

Los ejercicios de Kegel, tradicionalmente recomendados para mujeres, también son sumamente beneficiosos para los hombres. Fortalecen los músculos del suelo pélvico, lo que ayuda a mejorar el control urinario y a reducir los síntomas del agrandamiento prostático. Se recomienda contraer los músculos como si se intentara detener el flujo de orina, mantener la contracción durante cinco segundos y repetir varias veces al día.

El entrenamiento de fuerza con pesas moderadas puede ayudar a regular los niveles hormonales, especialmente la testosterona, y contribuir al equilibrio metabólico que protege la próstata. Además, este tipo de ejercicio ayuda a reducir la grasa abdominal, que está relacionada con un mayor riesgo de problemas prostáticos y cáncer. La constancia es más importante que la intensidad en este caso.

El yoga y el estiramiento suave promueven la relajación del sistema nervioso y reducen el estrés crónico, un factor que puede agravar los síntomas urinarios asociados a la próstata. Posturas como la del puente, la cobra o el ángulo sentado abierto mejoran la circulación en la zona pélvica y favorecen la función glandular. Practicar yoga tres veces por semana puede aportar beneficios significativos.

El ciclismo moderado, realizado con una bicicleta con asiento ergonómico que no ejerza presión directa sobre el perineo, puede ser una excelente forma de ejercicio cardiovascular sin perjudicar la próstata. Es importante alternar la posición del cuerpo durante el pedaleo y usar ropa adecuada para evitar compresión. Hecho correctamente, el ciclismo contribuye al bienestar general sin afectar la salud prostática.